Desde el Consejo General de Colegios de Podólogos, nos hacen llegar una crónica de cómo ha afectado a la profesión este último año marcado por la pandemia de COVID-19.
La frase “pies quietos” del juego infantil —que las personas lectoras de más edad de este blog seguro que recordarán— refleja a la perfección como nos quedamos toda la población hace 365 días. Pero para los profesionales de la podología, esta frase tenía una segunda lectura: como profesionales sanitarios éramos declarados “esenciales”… pero nuestras consultas se quedaron vacías. El país se había paralizado y nuestros pacientes, también. Ejercemos en el ámbito privado y el miedo a la COVID-19 y la prohibición de salir de casa, excepto para urgencias, hizo que en muchas consultas no sonase nunca el teléfono y en otras con cuentagotas.
Como profesionales sanitarios nos ofrecimos en repetidas ocasiones a colaborar con la sanidad pública “en lo que fuera necesario” para, dentro de nuestras competencia, contribuir a paliar el colapso de las Urgencias hospitalarias, muy afectadas por la pandemia.
Nos quedamos en una situación de desamparo, sin poder acceder a las ayudas, pero sin pacientes. Fueron dos meses muy complicados para nuestra profesión. Desde el principio, solidaria y generosamente, muchas podólogas y podólogos habían donado sus epis —equipos de protección individual— a la sanidad pública atendiendo a las llamadas de algunas Consejerías de Sanidad, reservando un mínimo stock para atender las escasas urgencias. Como profesionales sanitarios nos ofrecimos en repetidas ocasiones a colaborar con la sanidad pública “en lo que fuera necesario” para, dentro de nuestras competencia, contribuir a paliar el colapso de las urgencias hospitalarias, muy afectadas por la pandemia.
Desde el Consejo General de Colegios de Podólogos, estuvimos conectados con el resto de colegios sanitarios, buscando una difícil interlocución con la Administración sanitaria y exigiendo que “cerrasen” legalmente nuestras clínicas o nos abriesen alguna vía para acogernos a las ayudas —a las que optábamos con una bajada de facturación del 75%—, a los ERTEs… Llegamos a recurrir a una recogida de miles de firmas para ser escuchados por el Ministerio de Sanidad. El trabajo institucional fue dando sus frutos y aliviando la situación de una profesión de autónomos, en algunos casos con profesionales a nuestro cargo.
Desde el Consejo General de Colegios de Podólogos, estuvimos conectados con el resto de colegios sanitarios, buscando una difícil interlocución con la Administración sanitaria y exigiendo que “cerrasen” legalmente nuestras clínicas o nos abriesen alguna vía para acogernos a las ayudas.
Nos vimos con las consultas cerradas de facto y, cuando en abril se veía que mayo podía ser el mes de la desescalada para nuestras consultas y que podrían empezar a atender a todo tipo de pacientes, nos encontramos con muchas dificultades para acceder a mascarillas, guantes, otros equipos de protección individual o gel hidroalcohólico. La Administración no nos facilitaba el acceso a los mismos y los proveedores tenían el compromiso de suministrar preferentemente a la sanidad pública. Pero nunca dejamos de colaborar en la difusión de las medidas sanitarias, en divulgar en torno al uso de las mascarillas, en los riesgos de una vuelta al deporte sin precaución tras el confinamiento, formándonos, combatiendo bulos que en nuestra profesión suelen tomar la forma de remedios caseros y recetas milagro. Nunca dejamos de pedir responsabilidad a la ciudadanía… pero también a la Administración.
REINICIANDO LA NORMALIDAD
El reinicio de la actividad —aunque nunca estuvimos cerrados “legalmente”— fue complicado. Altas inversiones en nuestras clínicas para poder cumplir con las exigencias de seguridad que nos autoimpusimos para nuestros pacientes, sin salas de espera, con las citas más espaciadas en el tiempo para conseguirlo, y con una parte de nuestros pacientes aún temerosa de acudir a nuestras consultas. Tuvimos que desarrollar protocolos de higiene muy estrictos y “hacer campaña” para comunicar que nuestros centros sanitarios eran espacios seguros. Algunos compañeros y compañeras seguían sin recobrar ni un atisbo de normalidad: su trabajo en residencias de mayores se veía imposibilitado y lo mismo en el caso de quienes trabajaban a domicilio; los profesionales de la podología que trabajaban con aseguradoras sanitarias veían como su histórica baja remuneración hacía inviable atender a este tipo de pacientes con los costes derivados de las nuevas medidas sanitarias. Y desde el Consejo hicimos también gestiones con las compañías para que incrementasen sus tarifas.
Paulatinamente, la situación se fue normalizando entre aquellos profesionales que “aguantamos el tirón”: se fueron actualizando las agendas, recuperando las citas, el ritmo de trabajo y, de hecho, se dio la circunstancia de que el bajón experimentado por uno de nuestros públicos principales de alto riesgo —personas mayores o personas con diabetes— se vio compensado por la atención a otras personas que requerían tratamientos largos o quirúrgicos, y que nunca veían el momento. Su nueva situación de ERTE o teletrabajo les animó a encontrar ese hueco que nunca encontraban y acudir a nuestras consultas.
Se fueron actualizando las agendas, recuperando las citas, el ritmo de trabajo y, de hecho, se dio la circunstancia de que el bajón experimentado por uno de nuestros públicos principales de alto riesgo —personas mayores o personas con diabetes— se vio compensado por la atención a otras personas que requerían tratamientos largos o quirúrgicos, y que nunca veían el momento.
Casi un año después, entre enero y febrero ya de 2021 hemos tenido que librar otra batalla institucional, la de la vacunación. Inicialmente, se nos dijo que se nos consideraría personal sanitario a todos los efectos y que no se haría distinción entre ejercicio público o privado. Sin embargo, se fueron haciendo subgrupos de vacunación. Entendimos bien que no se nos considerase —o no a todos— sanitarios de primera línea, porque no lo éramos: no estábamos en plantas COVID. Pero no es menos cierto que algunas podólogas y algunos podólogos visitábamos a personas mayores en residencias, asumiendo no tanto un riesgo para nosotros sino trabajando con el temor en convertirnos en vector de contagio.
Y en muchos casos, en muchas residencias, la vacuna se nos negaba al ser personal externo y no formar parte de la plantilla laboral. Después se hizo otro subgrupo de sanitarios: fisioterapeutas y terapeutas ocupacionales, personal de oficinas de farmacia, protésicos dentales, logopedas y personal de psicología clínica. Sí, los profesionales de la podología nos quedábamos fuera, al igual que otros sanitarios, como ópticos o nutricionistas. Se nos excluía del grupo de profesionales sanitarios a los que se preveía vacunar con AstraZeneca si cumplían el requisito de ser menores de 55 años. Explicación: ninguna. Para más discriminación, esta estrategia no se aplicaba por igual en todas la comunidades autónomas.
Mientras en unas se vacunaba a profesionales de la podología, en otras ni se ponían al teléfono. Tuvimos que volver a reclamar institucionalmente y darlo a conocer a la opinión pública. Volvimos a repetir que atendemos a una población de riesgo, como personas mayores o pacientes con diabetes que son las que sufren más patologías y más graves de pie y tobillo y con tratamientos a menudo prolongados, con contacto y sin la distancia mínima en el gabinete podológico. Por fin, el último día de febrero llegó una nueva actualización de la estrategia que recogía a los sanitarios excluidos —entre ellos los de la podología— y se retomó la vacunación en aquellas regiones rezagadas.
La profesión de podólogo nació, como tal, en 1959 y desde 1988 es una profesión con carrera universitaria independiente que se imparte en una docena de universidades españolas. Desde 1998 existe un Consejo General que agrupa a los colegios profesionales donde están colegiados todos los podólogos que hoy ejercen en España.
En este punto del relato conviene recordar que la profesión de podólogo nació, como tal, en 1959 y desde 1988 es una profesión con carrera universitaria independiente que se imparte en una docena de universidades españolas —primero como diplomatura y, tras el Plan Bolonia, como grado—. Desde 1998 existe un Consejo General que agrupa a los colegios profesionales donde están colegiados todos los podólogos que hoy ejercen en España.
Hoy la profesión se ha desarrollado de tal modo, que la podología española es un referente en Europa y en el mundo. El Consejo General de Colegios de Podólogos vela por la seguridad de los pacientes y lucha contra el intrusismo, muy presente en torno a los problemas de los pies. Porque a menudo se confunde la belleza con la salud. Y un callo, por ejemplo, no es un problema estético sino sanitario. Es un signo de alerta.
Para que la ciudadanía goce de una atención sanitaria completa, el Consejo está trabajando para incluir la podología dentro del equipo multidisciplinar que forman los sanitarios en los centros públicos. Así, los podólogos estarían, por ejemplo, en los servicios de pediatría —para detectar de manera rápida y precoz patologías que en la edad infantil se pueden corregir y evitar que lleguen a la edad adulta o paliar en mayor o menor grado un peor pronóstico—, en endocrinología —para el tratamiento, seguimiento y evolución de pacientes diabéticos o con pie diabético—, o en cirugía podológica, en ocasiones en equipos multidisciplinares, junto a cirujanos de otras especialidades.
Los podólogos —7.500 colegiados en toda España— somos profesionales sanitarios tal como reconoce al Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias, considerados esenciales por el Gobierno desde la declaración del primer estado de alarma. Es decir, somos necesarios.
Los podólogos —7.500 colegiados en toda España— somos profesionales sanitarios tal como reconoce al Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias, considerados esenciales por el Gobierno desde la declaración del primer estado de alarma. Es decir, somos necesarios. Los podólogos tenemos la misma titulación universitaria superior que otros profesionales sanitarios con los que compartimos centros universitarios. Y ejercemos la profesión sin derivación de otros profesionales. Es decir, con plena capacidad diagnóstica, de tratamiento (incluso quirúrgico) y de prescripción de fármacos (competencia reservada a profesionales de la Medicina, la Odontología y la Podología).
En todo caso, el último ha sido un año de puesta a disposición permanente de la Administración sanitaria y a la vez de reivindicación de los derechos del colectivo; de trabajo coordinado con otros Consejos Sanitarios; de atención a nuestros pacientes en la medida que la pandemia, las escaladas, las desescaladas, las olas y los estados de alarma nos lo han permitido. En resumen, un año de “resiliencia podológica”.
Y, mientras tanto, hemos seguido trabajando en nuestras estrategias de futuro: manteniendo nuestra reivindicación de formar parte de la Sanidad pública, de la que estamos excluidos, no por corporativismo, sino como un derecho de la ciudadanía y un refuerzo a un Sistema Nacional de Salud que la pandemia ha demostrado que debe poner a las personas en el centro; luchando por el reconocimiento de nuestra condición de sanitarios: si bien la ley ya lo reconoce, la Administración sanitaria, otros profesionales de la salud y buena parte de la sociedad en ocasiones lo olvida, asociándonos a veces con la estética y no con la salud; y combatiendo el intrusismo, ya que la pandemia es río revuelto para pescadores intrusos, frente a nosotros: personas preparadas, expertas, fiables y confiables, actualizadas e innovadoras.
El último ha sido un año de puesta a disposición permanente de la Administración sanitaria y a la vez de reivindicación de los derechos del colectivo; de trabajo coordinado con otros Consejos Sanitarios.
Y ha sido un año también en el que hemos reinventado nuestra formación. Ya días antes de la declaración de la pandemia suspendimos, por responsabilidad, unas jornadas en Madrid, convertimos nuestro Congreso Nacional en un Congreso virtual. Y todo, desde el convencimiento de que debemos estar al día, que la formación continuada es algo muy necesario en cualquier profesión sanitaria. Nos hemos adaptado a los nuevos tiempos y nos hemos atrevido con los formatos online.
Hoy los pies de nuestros pacientes están menos quietos, la mayoría ha perdido el miedo y acude con regularidad a nuestras consultas, pero seguimos percibiendo, a menudo, la incomprensión de la Administración, que nos ignora con frecuencia en sus convocatorias y reuniones con sanitarios y que nos relega a un lugar que no es el que debemos ocupar. De ahí nuestra última campaña: #SoyPodólogoSoySanitario.