Entrevistamos a Jordi Ludevid i Anglada, presidente de Unión Profesional en el periodo 2016-2018, recientemente galardonado en el marco del 45 Aniversario de la asociación. En la imagen, junto al Dr. Tomás Cobo, actual presidente de Unión Profesional.
PREGUNTA: ¿Qué consideras que aportó tu experiencia y visión como profesional de la arquitectura a Unión Profesional durante los años que te hiciste cargo de su presidencia?
RESPUESTA: En la larga historia de Unión Profesional, la mía fue la primera presidencia de alguien no abogado, algo insólito entonces, por lo que intentamos aportar un aire nuevo, distinto, dinámico. Tres ideas lo explican resumidamente. La primera sería que Unión Profesional es una organización de todas las profesiones y todas pueden presidirla. La segunda idea es que las profesiones más pequeñas —es decir todas ellas, excepto la abogacía y la medicina— necesitamos imperiosamente y mucho más que estas, del aporte de Unión Profesional para sobrevivir y prosperar en el dificilísimo contexto actual, lo que no es baladí. Y la tercera es que estaba y estoy convencido de que necesitamos una reflexión profunda, compartida, política y académica a la vez, sobre nuestra identidad y razón de ser en el mundo de hoy. Esta última idea dio paso al final de mi mandato al Primer Congreso Nacional de Profesiones, titulado ‘Un país de profesiones’ y también más adelante me llevó a la investigación y publicación de mi libro Una ciudad de profesiones (2020).
P: ¿Qué significó para tu carrera y conocimiento profesional liderar la entidad que agrupa a las profesiones colegiadas en España? ¿Qué consideras aportaste durante tu mandato a esta organización?
R: Mi profesión, la arquitectura, tiene un componente estético importante, diferencial, lo que nos enriquece y nos identifica, aunque en ocasiones no facilite la gobernanza. Descubrir el amplio mundo de las éticas deontológicas de las otras profesiones fue un descubrimiento deslumbrante, una razón de ser: la medicina que es «nuestra hermana mayor» primero, la abogacía que nos ha dado tanto, siempre a su lado. Pero también, por ejemplo, el trabajo social, la gestión administrativa o la farmacia, y tantas otras… fueron una lección y una inspiración sobre una realidad tan poderosa como desasistida. En mi opinión, Unión Profesional resulta anti-entrópica porque nos ayuda a salir de la propia burbuja en la que solemos instalarnos. ¿Por qué pelearnos en vez de cooperar impulsando proyectos comunes? Me gustaría haber aportado la idea de trabajar por proyectos, algo que es muy de arquitectos: los proyectos unen, las discusiones nos separan. Los proyectos transforman y actualizan, nos mantienen vivos, afrontan el futuro. Son reales. En cambio, la hiper comunicación corporativa actual a menudo sustituye a la acción, de modo que lo que hoy se comunica quizás no exista, u oculte una inacción.
P: Tras tu paso por Unión Profesional, publicaste el libro Una ciudad de profesiones. ¿Qué te motivó a llevar a cabo esta obra que ya forma parte del corpus de pensamiento y cultura profesional de la organización?
R: La fragilidad y la perplejidad. Las amenazas preocupantes sobre el hecho profesional en su conjunto, pero también la debilidad de nuestro pensamiento político y teórico que me parecía frágil y anquilosado, demasiado dependiente del siglo XIX y de la Ilustración, a la vez que atrapado en el éxito del siglo XX, falto de una genealogía poderosa y de modernidad; huérfano de sentido antropológico permanente y necesitado de reivindicación histórica secular en un mundo urbano cambiante, de ciudades y derechos humanos, de apariencias comunicativas donde prima lo digital. Fue también el hartazgo que me produce el provocador y sistemático ensalzamiento de un conocimiento teórico que genera productividad, sí, pero que confunde y convive con el desprecio general por el «conocimiento práctico», la «thecnè», que es el corazón del profesionalismo orientado a las personas, el «to take care» de la ciudad cuidadora. Recuerda Richard Sennett que, para tocar el violín, son necesarias diez mil horas de prácticas; las mismas, añado, que el MIR exige para ser un buen médico. Si la modernidad se compara con un queso gruyere de muchos vacíos, el hecho profesional, sin duda, podría rellenar muchos huecos.
P: ¿Qué futuro le auguras a una entidad como Unión Profesional definida por la perspectiva holística de las profesiones que la componen?
R: La unión de las profesiones es el futuro. Se trata de unirse o morir, desaparecer. Que lo anticipemos, o no, depende en parte de nosotros. La salud, la seguridad jurídica de personas y bienes, la educación, la habitabilidad y la sostenibilidad, la comunicación… Esos son los temas que preocupan a ciudadanos y responsables políticos, y ante nosotros hay una estrategia ganadora disponible. Cuando las profesiones de un mismo subsector se ponen de acuerdo y proponen cambios reguladores, entonces esos cambios están cerca, aunque parezcan difíciles. Si todas las profesiones de una comunidad autónoma, o de una ciudad, o de un barrio se pusieran de acuerdo, sería una estrategia ganadora al servicio de tantos derechos humanos asociados a misiones como la salud, la educación, la habitabilidad o la seguridad jurídica. Si todas las profesiones se pusieran de acuerdo y reclamaran un Estatuto del Profesional, el cambio estaría cerca, aunque parezca difícil. Si todas las profesiones se pusieran de acuerdo, nuestro reconocimiento como agentes económicos y sociales, como miembros del Consejo Económico y Social (CES), encontraría un camino normativo plausible. Porque no hay nada mejor para reclamar derechos que cumplir, hacer cumplir, y ofrecer deberes. Nadie lo hace.