El cuidado, la conservación y la restauración de las crecidas y de la dinámica fluvial para la Salud Global

Alfredo Ollero Ojeda, profesor de Geografía Física.

En la vida cotidiana y en la práctica profesional apenas pensamos en la importancia de la naturaleza en nuestra salud y bienestar. Pero que los sistemas naturales funcionen bien y estén sanos es clave para el planeta y para la salud colectiva y de cada persona. Los ríos son las arterias del territorio y su salud es la nuestra, a escala local y global. Ríos, barrancos y ramblas son un bien público, no son de los ribereños ni de los usuarios privados del agua, son de todos y todas, y también son del mar, cuya salud depende de la salud fluvial.

La naturaleza de los ríos se manifiesta de forma irregular en el espacio y en el tiempo, con sequías y crecidas y con diferentes procesos geomorfológicos y ecológicos en una compleja y diversa red fluvial. Debe ser así, como respuesta a múltiples factores y funciones. Los ríos naturales son agua y sedimento (aunque este se desprecie), y nutrientes y seres vivos. Los ríos son las crecidas, que es cuando trabajan, crecidas que son imprescindibles y nos aportan enormes beneficios (que se desprecian también) al territorio, a las personas. Los ríos más sanos (por tanto, los que nos aportan más salud) y resilientes (los que mejor se recuperan) son los que tienen crecidas naturales frecuentes y los que cuentan con mayor heterogeneidad geomórfica, es decir, cauces anchos, complejos y dinámicos con procesos activos de erosión, transporte y sedimentación y con mayor capacidad de absorción de los impactos.

BENEFICIOS DE LA DINÁMICA FLUVIAL

Un río fluyendo libre con su agua y su sedimento nos aporta más y mejores alimentos, un aire más sano, una buena conexión con el agua subterránea, menos temperatura y menos evaporación, más complejidad geomorfológica, nuevos hábitats, más biodiversidad, mayor fijación de carbono, menos contaminantes, menos especies invasoras, más playas, más biodiversidad marina, en definitiva, más salud.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX nuestros ríos, barrancos y ramblas sufrieron enormes daños a causa del éxodo rural, la urbanización, los regadíos consumistas e ineficientes, los embalses (los mayores destructores de ríos), la política franquista de pinos y presas y las muy extendidas malas prácticas locales, como canalizaciones, defensas, dragados, ‘limpiezas’, plantaciones en los cauces, parques fluviales, etc. Todo ello ha provocado la estabilización, la ocupación, la domesticación, el estrechamiento, la simplificación y la incisión en los cauces de todas las tipologías y en todas las regiones. Y también ha generado un aumento de la exposición humana, de la vulnerabilidad y por tanto del riesgo en los cauces y espacios inundables. El relato dominante todavía hoy, cargado de bulos y falsos mantras, tergiversa la visión de las crecidas y de la dinámica fluvial y solo busca impedirlas, luchar frontalmente contra ellas. Es un relato dirigido por el desconocimiento social interesado y fomentado por lobbies económicos, profesionales y políticos.

RESTAURACIÓN FLUVIAL

Frente a este relato, frente a tantas prácticas dañinas y obsoletas en los cauces, desde las ciencias y profesiones fluviales debemos trabajar para fomentar la diversidad, la conectividad y la adaptación, con los objetivos de mejorar nuestra salud desde los ríos y de mitigar el riesgo en los territorios fluviales en los que vivimos. Para todo ello, devolver espacio al río es fundamental. Y proteger ese espacio y ordenar en él los usos humanos adaptándolos a la dinámica fluvial y a las crecidas son imprescindibles.

La restauración fluvial tiene que recuperar en primer término el funcionamiento hidrogeomorfológico natural del río. Esto se consigue con crecidas y con el propio trabajo del río, y a partir de ahí, todo el sistema natural obtendrá geodiversidad, biodiversidad, conectividades y resiliencia, alcanzando su recuperación. Pero esta restauración fluvial, gran reto de nuestro siglo, debe ir acompañada de otros esfuerzos no menos complicados. El primero de ellos es el cambio socioeconómico progresivo hacia un inevitable decrecimiento, eliminando la codicia y reduciendo el consumo, como única alternativa ante la crisis climática y ambiental. Este cambio requerirá y deberá ir acompañado de fuertes dosis de educación y cultura ambiental para cambiar la forma de pensar y actuar. Es también imprescindible el cuidado de los procesos naturales de los ríos, tanto hidrológicos como geomorfológicos y ecológicos, que deben ser respetados, conservados y protegidos como valores naturales y como bien público (por ejemplo, y en especial, las crecidas, necesarias para garantizar la salud fluvial y global). Por último, hay que proceder a la adaptación humana al río, mediante una gestión adaptativa del territorio y de los riesgos, sustituyendo el hormigón y los planes de defensa por soluciones basadas en la naturaleza, resiliencia y justicia ecosocial. 

En suma, tenemos la obligación urgente de liberar, desencauzar, cuidar, proteger y restaurar los ríos desde todas las perspectivas posibles y desde diferentes ámbitos profesionales: en conjunto estamos construyendo la ciencia fluvial, una ciencia de futuro que debería implicar un importante nicho de empleo verde técnico y ecosocial.

Alfredo Ollero Ojeda. Profesor de Geografía Física, Universidad de Zaragoza