Ángel Pes, ex-presidente de Pacto Mundial
En diciembre del año 2019 se reportaron los primeros casos de COVID-19 en la ciudad china de Wuhan. Dos meses y medio más tarde, el 11 de marzo del año 2020, la enfermedad fue reconocida por la Organización Mundial de la Salud como una pandemia: “Infección por un agente infeccioso, simultánea en diferentes países”. El número de casos confirmados crecía con rapidez; en todo el mundo se reportaron aproximadamente 5.500.000 de afectados y 347. 000 de fallecidos en fecha 26 de mayo, según informaba el Financial Times.
El COVID-19 impactó inmediatamente en la economía mundial, con una intensidad inaudita. Durante los meses de febrero y marzo del año 2020 los mercados de valores sufrieron una de las caídas más rápidas de la historia. El desplome de la demanda de materias primas por el parón de la actividad produjo fuertes caídas de precios, en particular del petróleo. El cierre de las empresas disparó las cifras del paro. La gravedad de la crisis obligó a gobiernos y bancos centrales a intervenir para evitar el colapso de la economía.
A mediados de abril del año 2020 el Fondo Monetario Internacional, que había previsto un año con crecimiento económico generalizado, calificaba la situación creada por el COVID-19 como la mayor crisis desde la segunda Guerra Mundial, y el mayor desastre económico desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. Según sus nuevas previsiones, noventa de cada cien países sufrirían una reducción de los ingresos por persona el año 2020, el PIB mundial se reduciría el 4,2%, una cifra muy superior al 1,6% que disminuyó el año 2009.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que esta crisis podría poner en riesgo más de 300 millones de empleos en todo el mundo, principalmente en los sectores del comercio al por mayor y el comercio minorista, la manufactura, las actividades administrativas y comerciales o la hostelería y la restauración. En esta misma línea, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha afirmado que las perspectivas actuales para la economía mundial apuntan a una recesión muy grave, con las peores consecuencias económicas vistas desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. Estas cifras sirven para hacernos una idea de los efectos, sobre todo, para empezar a prever soluciones, pues las decisiones que adoptemos hoy marcarán nuestro futuro.
En un abrir y cerrar de ojos la pandemia pasó a determinar nuestras vidas en todos los ámbitos, tanto económicos como sociales: hemos sacrificado nuestra actividad cultural, educativa, las relaciones sociales: cenas con los amigos, viajes, celebraciones familiares… En poco tiempo el COVID-19 ocupó todo nuestro horizonte. De los noticiarios desaparecieron el conflicto permanente del Oriente Medio, el riesgo de una guerra entre EEUU e Irán, la ‘guerra’ comercial entre EEUU y China, el problema de los refugiados, la emergencia climática, la amenaza terrorista, las desigualdades entre clases sociales. Los riesgos que polarizaban la atención de la opinión pública hasta aquel momento habían desaparecido de las noticias por arte de ensalmo. Aparentemente aquellos problemas candentes pasaban a un segundo plano, mientras todo el mundo se concentraba en lidiar con el COVID-19.
En un abrir y cerrar de ojos la pandemia pasó a determinar nuestras vidas en todos los ámbitos, tanto económicos como sociales
¿Qué comparten el COVID-19 y la emergencia climática?
Los grandes problemas que hemos citado: conflictos bélicos, migraciones masivas, terrorismo, disputas económicas, etc. nacen de conflictos entre humanos. El COVID-19 y la emergencia climática provienen “de fuera”, del comportamiento de la naturaleza. A pesar de ello, es evidente la responsabilidad que tenemos los humanos en la generación de ambos problemas.
En relación a la emergencia climática, la evidencia científica demuestra la influencia de la actividad humana en el calentamiento del planeta, aunque ello no impide a los que la niegan persistir en su negativa. Estos, más los que ven en peligro sus intereses si se afronta el problema o bien no lo consideran urgente, tienen fuerza suficiente para bloquear las medidas que reducirían las emisiones de gases de efecto invernadero, hasta los niveles compatibles con un calentamiento no superior al 1,5ºC, que propone Naciones Unidas.
Por su parte el COVD-19 no permite diferir las medidas para controlar su expansión, porque la infección aumenta la mortalidad de forma inmediata. La rapidez fulminante con que se ha extendido el virus ha puesto de relieve la fragilidad de las sociedades que hemos construido. Vivimos en un mundo global sin las instituciones adecuadas para gestionar los problemas globales. La pandemia ha puesto de manifiesto la insuficiencia de los sistemas sanitarios, por falta de inversiones para hacer realidad que todas las personas tengan acceso a una atención médica apropiada y por falta de coordinación global para controlar la difusión del virus.
Por ello deberíamos ver en el COVID-19 un emisario del futuro que nos espera, si no asumimos los desafíos globales a los que nos enfrentamos. Es necesario actuar desde ahora mismo para evitar que se materialicen los riesgos que conllevan, o cuando menos para ser capaces de controlar los daños que generarán.
Vivimos en un mundo global sin las instituciones adecuadas para gestionar los problemas globales. La pandemia ha puesto de manifiesto la insuficiencia de los sistemas sanitarios, por falta de inversiones para hacer realidad que todas las personas tengan acceso a una atención médica apropiada y por falta de coordinación global para controlar la difusión del virus.
El magisterio de los profesionales puede guiar a la sociedad
Los profesionales y sus organizaciones tienen una influencia indudable sobre dos colectivos muy relevantes para los ODS. En primer lugar, los profesionales pueden ejercer un magisterio muy importante de cara al conjunto de la sociedad. Es obvio que los ODS no se conseguirán si no cuentan con un apoyo muy decidido por parte de toda la ciudadanía, que exija a los representantes políticos y a las empresas que adapten su conducta a la Agenda 2030. La conciencia ciudadana se forma en gran medida a partir de los líderes de opinión, entre los cuales figuran de forma destacada los y las profesionales y sus corporaciones. Hoy, más que nunca adquiere mayor relevancia la cualidad de los argumentos científicos y técnicos, que deben primar sobre las opiniones derivadas de criterios ideológicos. Ya era necesario, por ejemplo, en todo lo referente al cambio climático y hoy lo es decididamente en el campo de la salud.
En segundo lugar, el asesoramiento a las empresas, que es el núcleo de la labor que realizan los profesionales, debe servir para dar a conocer el significado de la Agenda 2030 a esa parte de la sociedad que no la conocen. Y a todos ellos la necesidad de pasar a la acción.
El prestigio de los profesionales es una palanca para mentalizar a la sociedad y a las empresas de la importancia que tienen los ODS, que puede ser especialmente eficaz en momentos de crisis como el actual, puesto que en los momentos de crisis tomamos en días decisiones que en circunstancias normales habrían precisado años.
> Información adicional: Los efectos de la COVID-19 en los ODS